Se estima que en el mundo hay más de 71 millones de personas con infección crónica provocada por el virus de la hepatitis C (VHC). Hoy se puede afirmar que su prevalencia es claramente descendente en los últimos años favorecida por la aparición de los nuevos tratamientos.
Hasta hace muy pocos años la mayoría de las personas infectadas por el VHC terminaban progresando hacia la infección crónica, cuyas consecuencias pueden incluir cirrosis, descompensación hepática o desarrollo de carcinoma hepatocelular. Durante las dos primeras décadas desde que se descubriera la enfermedad -en 1989-, el objetivo principal del tratamiento frente al VHC era prevenir estas complicaciones y, en última instancia, evitar la muerte del paciente. Sin embargo, el tratamiento frente al virus de la hepatitis C no era del todo efectivo: la tasa de respuesta viral sostenida (RVS) no llegaba al 50%.
Hasta 2011, el tratamiento estándar consistía en una combinación de inyecciones semanales de interferón alfa pegilado y ribavirina oral, entre 24 y 72 semanas, que conseguía una cierta RVS, pero que estaba asociado a significativos efectos adversos y que, en estados avanzados de la enfermedad, obtenía una eficacia reducida.
A partir de 2011 comienza a cambiar radicalmente el panorama terapéutico, gracias al mejor conocimiento molecular del ciclo vital del virus. La industria farmacéutica innovadora comenzó a comercializar entonces los nuevos medicamentos antivirales libres de interferón, denominados agentes antivirales directos (AAD), que han supuesto un antes y un después en el tratamiento del virus de la hepatitis C.
Los antivirales de acción directa están asociados a una eficacia muy superior a la de sus predecesores, con unas tasas de respuesta viral considerablemente superiores en casi la totalidad de los pacientes. Además, los nuevos agentes presentan menos efectos adversos, acortan la duración del tratamiento y apenas requieren monitorización.
El año 2014 fue trascendental: se aprobaron en Europa varios nuevos agentes antivirales de acción directa, que se administran libres de interferón, y que en ensayos clínicos demostraron ser capaces de eliminar de forma sostenida la replicación viral en entre el 85% y el 100% de los casos.
Los nuevos medicamentos, una inversión para los sistemas sanitarios
Distintos ejemplos y numerosos estudios vienen ilustrando en estos últimos años cómo los tratamientos innovadores para patologías graves como la hepatitis C, el cáncer, el VIH o las enfermedades cardiovasculares resultan coste-efectivos en términos de años de vida ganados, pudiendo incluso producir ahorros netos al sistema sanitario.
De hecho, volviendo al ámbito de la hepatitis C, si se contemplan los beneficios sociales de los medicamentos innovadores, el tratamiento pasaría de ser coste-efectivo a ser una opción ahorradora neta de costes sociales, gracias a la reducción de días de trabajo perdidos a causa de la enfermedad.
El tratamiento de la hepatitis C es el protagonista de uno de los mayores logros de la I+D farmacéutica de este siglo, y una de las mejores pruebas de que el esfuerzo realizado en la investigación de nuevas terapias se traduce en avances que no sólo son capaces de mejorar los síntomas o convertir en crónicas enfermedades mortales, sino también de curar.
En el Día Internacional de la Hepatitis C, que se celebra este viernes 1 de octubre, es importante recordar que, pese a los grandes avances, sigue siendo muy importante la prevención para evitar nuevos casos, ya que, a diferencia de lo que ocurre con las hepatitis A y B, aún no existen vacunas eficaces para prevenir la infección por el VHC. Por ello, es esencial reducir el riesgo de exposición al virus en el entorno sanitario, en los grupos de población de alto riesgo. Asimismo, en España -según datos del Ministerio de Sanidad- se cifra en más de 140.000 los pacientes que han recibido estos revolucionarios tratamientos, pero todavía existirían unas 75.000 personas afectadas sin diagnosticar y que se podrían beneficiar de ellos.