Las enfermedades del sistema circulatorio siguen siendo la principal causa de muerte en todo el mundo, ya que aproximadamente 17,5 millones de personas mueren por estas patologías cada año. Según los últimos datos facilitados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), en los cinco primeros meses de 2020 el 23% de las defunciones en nuestro país se debieron a alguna patología relacionada con esta área, incluso por delante de las causadas por la Covid-19 en el año marcado por la pandemia.
Pero, aunque las cifras siguen siendo muy preocupantes, hay motivos para la esperanza. Los tratamientos farmacológicos y medidas preventivas, como los hábitos de vida cardiosaludables, están contribuyendo a reducir paulatinamente estos porcentajes de mortalidad y mejorando el control de estas enfermedades.
Ni siquiera el coronavirus ha podido frenar este compromiso de la industria farmacéutica con la investigación de nuevos tratamientos cardiovasculares, como muestran los datos del Registro Español de Estudios Clínicos (REEC), que coordina la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios (Aemps). Sólo el año pasado se pusieron en marcha 44 nuevos ensayos clínicos para enfermedades del corazón, con lo que fue la quinta área más productiva.
En este sentido, la investigación y desarrollo de nuevos medicamentos para las enfermedades cardiovasculares avanza en una triple dirección: anticuerpos monoclonales con acción hipolipemiante, inhibidores enzimáticos para el tratamiento de la insuficiencia cardiaca y terapia génica dirigida a la reactivación del gen de la telomerasa y la regeneración de cardiomiocitos en pacientes que han sufrido un infarto de miocardio.
Estas líneas de trabajo son algunas de las que se están siguiendo para el desarrollo de los casi 600 medicamentos para el área cardiovascular que hay en todo el mundo. No en vano, muchos han sido los que antes han demostrado su valor y han permitido a los cardiólogos cambiar el curso de muchas patologías y al sistema sanitario registrar mejores resultados en salud y ahorros significativos. De hecho, buena parte del arsenal terapéutico cardiovascular son medicamentos maduros –fuera de patente y con años de experiencia clínica- que suponen un bajo coste para el Sistema Nacional de Salud y que siguen dando los resultados esperados.
El uso de antihipertensivos, un arma coste-efectiva
Así, la principal opción terapéutica para estos pacientes, además de la corrección de ciertos hábitos hacia un estilo de vida saludable, consiste en el tratamiento farmacológico de la hipertensión arterial y la hipercolesterolemia. El estudio SHEP (Programa Hipertensión Sistólica en la Edad avanzada) concluye que el tratamiento con antihipertensivos durante 4,5 años previene uno de cada 2 ingresos por fallo cardiaco, uno de cada 3 infartos (fatales y no fatales) y uno de cada 4 eventos cardiovasculares. Se calcula que cada mes de tratamiento activo con antihipertensivos se asocia con el aumento de aproximadamente un día de la esperanza de vida.
Además, se estima que el uso de antihipertensivos durante la década de los 90 en Estados Unidos evitó a principios de este nuevo siglo un coste sanitario directo de 16.500 millones de dólares por infarto de miocardio y accidente cerebrovascular, correspondiendo el 70% de ellos a costes hospitalarios. Se ha calculado que por cada euro invertido en medicamentos antihipertensivos se ahorra 1,9 euros (casi un 200%) en costes directos sanitarios.
Este domingo, 14 de marzo, se celebra, como cada año en Europa, el Día para la Prevención del Riesgo Cardiovascular, con el objetivo de llamar la atención sobre la importancia que tienen las enfermedades cardiovasculares en la sociedad y, sobre todo, insistir en la capacidad que cada persona tiene de influir sobre los principales factores de riesgo implicados en la mayoría de estas enfermedades, que son el tabaquismo, el aumento del colesterol, la hipertensión, la diabetes sin control, la obesidad y el sedentarismo.